A nivel nutricional la miel, el oro de las abejas, contiene azúcares simples como la fructosa y la glucosa, agua y, en menor cantidad, vitaminas (B y C) y minerales. Su composición, sin embargo, es variable en función de la variedad de plantas a partir de las cuales se ha obtenido el néctar. También influye la época del año, las condiciones climáticas y el suelo, así como el cuidado de las abejas por parte del apicultor e incluso las horas de recolección.
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Pero es el polen el que nos aporta más proteínas, vitaminas y minerales fácilmente asimilables por el organismo.
Según la Dra. Roser Martí Cid, diplomada en Nutrición Humana y Dietética: “No existe ningún otro alimento natural con mayor combinación de nutrientes, lo cual convierte a la miel en una fórmula óptima para nuestra salud. Estimula procesos metabólicos, disuelve y elimina la grasa corporal y, al mismo tiempo, nos ayuda a reducir el colesterol malo y a aumentar el bueno, el que nos protege contra enfermedades cardiovasculares. Aparte la miel es rica en antioxidantes y anticancerígena”.
Como edulcorante, la miel destaca por su bajo aporte calórico, siendo también el más natural y nutritivo. En la antigüedad ya se usaba como conservante y ahora se utiliza en gastronomía tanto en platos principales (enterneciendo las carnes), como en salsas (homogeneizando y suavizando), vinagretas, con quesos, infusiones y, cómo no, en postres, dando consistencia cremosa a helados y ayudando a hacer los pasteles más crujientes.
Además la miel es antiséptica y bactericida, calmante (ayuda a conciliar el sueño), laxante, diurética y muy aconsejable para la gente mayor, ya que es un gran reparador dérmico y cicatrizante. En época de resfriados también está indicada para contrarrestar irritaciones de garganta, faringitis y amigdalitis, así como para calmar los escalofríos.
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